jueves, 9 de abril de 2009

El sol lo golpeó en la cara con violencia inusitada.
Él no había salido del departamento en casi una semana (él no sabía que en realidad habían sido 9 días), ni siquiera había abierto las persianas en total protesta contra la realidad, pero hoy se habían acabado las provisiones (en realidad el nunca había planeado el pasarse tanto tiempo encerrado y las provisiones eran solo lo que siempre tenía en casa, pero en honor a la situación había pasado a llamarlas “provisiones”. Convencido de su mala memoria y obsesividad había escrito una lista de las cosas que le eran esenciales para vivir:
-Atún
-Fideos instantáneos
-café
-cerveza
-chicle
-tabaco y
-papel de rolar

Con la suficiente cantidad de aquellos ítems podría sobrevivir otra semana más sin tener siquiera de ir a botar la basura.
Pero hoy estaba afuera, con el sol golpeándole la cara sin tregua en el portal del edificio, con el guardia panzón de seguridad mirándole desconcertadamente. Se calzó los lentes oscuros mientras que pensaba que “calzar” no era la palabra correcta, pero le gustaba y fue en ese momento en que se dio cuenta de que había estado narrando desde que el ascensor llegó al primer piso. No le molesto, incluso le gustó su esquizofrenia narrativa.
“Se calzó los lentes oscuros” repitió y con coraje salió a la calle. Desafortunadamente durante la semana que se había pasado encerrado el mundo no había llegado a su fin ni había ocurrido el Apocalipsis zombie. Para nada, el mundo seguía igual que hace nueve días, cuando se encerró para, supuestamente, escribir la gran nueva novela americana. Pero se encontró sentado frente a la máquina, día tras día escribiendo siempre lo mismo y sobre él mismo. Lo peor de escribir sobre él mismo era de que no había nada sobre lo cual escribir. Pensó en Paul Auster y envidió como el maldito era capaz de escribir libros sobre gente que no le pasa nada y ser capaz de vender libros y se maldijo a sí mismo por ser el que los compraba. Para cuando terminó ese trozo de narración ya había llegado al supermercado.
Era un supermercado regional, de esos que luchaban contra las grandes corporaciones. Él prefería los supermercados de grandes corporaciones pero éste le quedaba más cerca. En realidad, profundamente y no en secreto, pues no tenía a nadie para ocultárselo le gustaban los supermercados. Los consideraba los verdaderos museos de arte moderno y disfrutaba de la limpieza, organización, monotonía y alienación del supermercado, cosas que en otras partes no soportaba ni se permitía. Decidió sacar lo más posible de esta excursión al mundo exterior y dedicó varios segundos (mucho tiempo para alguien como él) a la investigación y observación de cada lata, caja, sobre y empaque. Recordó como cambió su visión del arte la primera vez que verdaderamente vio la lata de sopa Campbell de Warhol. Warhol había sido capaz de plasmar uno de los mayores cambios del siglo XX. Él veía a Andy como un naturalista posmoderno. Los naturalistas antiguos pintaban frutas, gallinas, plantas y cuernos de la abundancia. Pero Warhol había pintado una lata, una naturaleza muerta de nuestra era. “nuestra era” dijo en voz alta mientras pasaba por el pasillo de mascotas. Eran los albores del siglo XXI y nadie sabía por seguro en que era estábamos. Recordó las discusiones sobre si la era Moderna había comenzado, continuado o terminado. Al menos él mismo se consideraba posmoderno, aunque hace mucho tiempo que no realizaba una acción postmoderna o al menos una acción de lo que él consideraba posmoderno.
En el pasillo de licores se encontró con unas adolescentes revisando precios de las cajas de vino. Recorrió sus cuerpos con la mirada, aunque en realidad solo le interesaban los pies, el trasero y los dientes. Una de ellas no tenia nada de eso pero la otra poseía un excelente cuerpo de reproductora de antes de la guerra. Pero eso fue todo, él sabía que no tenía ninguna oportunidad con ellas. Las pasó de largo echando una última mirada. Pensó en su panza, en su barba, en su pelo largo y con falsos inicios de dreadlocks surgidos de la falta de higiene, causas y razones de su mala suerte con las mujeres. Había caído en una espiral, en un círculo vicioso de desprecio femenino. Mientras más mujeres lo despreciaban más despreciable se hacía. “No importa” dijo en voz alta sin importarle que le oyeran “no necesito a ninguna otra mujer cuyo apellido no sea *.jpg o *.avi.
Cuando terminó de narrar esa parte ya había recolectado todos lo que necesitaba. Se paró en la fila de la caja rápida máximo 10 productos y observó las patéticas compras de los demás solteros. Tres panes, hojas de afeitar y papel higiénico; un cuarto de jamón, detergente y una pack de cervezas; un banquillo y una cuerda. Pronto llegó donde la cajera y notó que quien estaba empacando las cosas era una mina que había sido su alumna, una compacta pelirroja con perky little tits (pues él era profesor de inglés). Por un momento ella no pareció reconocerle, pero cuando le pasó los $300 de propina, soltó un “hola profe” con el que él pudo verle el piercing de la lengua.

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